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domingo, 10 de junio de 2007

Mata Hari I


Margaretha Geertruida Zelle (Leeuwarden, Países Bajos, 7 de agosto de 1876 - 15 de octubre de 1917), fue una famosa bailarina exótica y de striptease, condenada a muerte por espionaje durante la I Guerra Mundial.
Su padre era un sombrerero y su madre, de ascendencia javanesa (los Países Bajos tenían Java como posesión colonial), tuvo dos hijos y uno de ellos murió envenenado. Al morir la madre joven, su padre suplió la ausencia materna con excesivos cuidados hacia una joven que muy pronto destacó por su belleza.
Se casó a los 18 años, tras mantener una breve correspondencia con un militar que no conocía, mucho mayor que ella y que había puesto un anuncio en un periódico. Desde niña, los uniformes militares habían suscitado en ella una especial atracción. Tuvo dos hijos, siendo el varón envenenado presuntamente en venganza por el trato dado por su marido a un sirviente nativo; una cuestión acaecida en su estancia de casada en Java, donde había sido destinado su esposo. La muerte de este hijo supuso un duro golpe para la familia, que no fue capaz de superarlo. El marido buscó amparo en la bebida y empezó a frecuentar poco el hogar. Se dice que esta soledad llevó a Mata Hari a sus primeros contactos con la cultura javanesa y con las técnicas amatorias orientales, que le proporcionarían años más tarde fama como una cortesana que llegaba a cobrar por velada 1000 francos de la época.

De vuelta a Europa, tras separase y perder en Holanda el juicio sobre la custodia de su hija debido a su libertina vida en la isla, según declaró su marido, realizó más tarde algunos intentos fallidos en París como modelo de modistas, fracasos que supusieron un auténtico trauma en su vida por carecer de recursos económicos para vivir.
Más tarde volvió a París de nuevo, armada de valor y amparada en sus rasgos orientales heredados de su madre. La literatura romántica de evasión de finales del siglo XIX había popularizado una imagen difusa y añorada de lo oriental. Aprovechando estas circunstancias, se hizo pasar por una supuesta princesa de Java ejerciendo de bailarina exótica, protagonizando espectáculos de danza donde alcanzaba la desnudez progresivamente, pero nunca de su parte superior, ya que, según ella, su marido le había arrancado un pezón en un acto de ira.
La mentira e imaginación, como salida obligada para superar su penosa situación económica, empezó a dar sus frutos y a la vista de sus ventajosas consecuencias, pasó a convertirse en algo habitual. En París fue un revuelo con auténticas pugnas por conseguir localidades de las primeras filas en sus espectáculos de danza. También fue cortesana y tuvo romances secretos con numerosos funcionarios militares e incluso políticos de alto nivel, y, en general, con la alta sociedad.
Su fama como bailarina crecía, pero ya no era tan joven y, al ir perdiendo sus encantos físicos, que hoy en día no resultarían demasiado sobresalientes para nuestros gustos, empezó a ejercer con más frecuencia de cortesana, amparada por el mito que había creado, para, de esta forma, seguir manteniendo el mismo nivel de vida.
En aquellos tiempos, intentó recuperar a su hija que vivía con su padre pero resultó imposible. Mandó a su ama de llaves, que volvió con las manos vacías tras varias horas de espera a la puerta del colegio donde estudiaba. Aquel día su padre fue a recogerla. Aquella niña murió en los Países Bajos de un ataque al corazón años después de la muerte de su madre, curiosamente días antes de un viaje a Java en el que había puesto muchas esperanzas.

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